Crear una empresa o poner en marcha un proyecto para ayudar a cambiar el mundo. Para ofrecer bienes o servicios más sostenibles, más respetuosos con el planeta y que tengan a las personas en el centro de su actividad. Ese es el objetivo de la inversión de impacto, una palanca para transformar la sociedad y cambiar un modelo económico que dilapida los recursos naturales y que no distribuye correctamente la riqueza, marginando a los más débiles.
Los emprendedores de impacto utilizan la Inteligencia Artificial (IA), las tecnologías más disruptivas y los métodos de trabajo avanzados como el Design Thinking, que fomentan la creatividad, la empatía y el trabajo en equipo. Pero su signo distintivo es tener como prioridad el generar valor social o medio ambiental, resolver un problema que, en muchos casos, han vivido o percibido en primera persona o en su ámbito familiar.
“Emprender es como montarse en una montaña rusa; un desafío que es más difícil si no está alineado con tus valores”, explica Marta Rodríguez, CEO de Blind Stairs, una especie de LinkedIn, pero con acento social. Su compañía ha desarrollado un software que permite que los responsables de las áreas de Recursos Humanos de las empresas eliminen, en los procesos de selección de personal, los sesgos discriminativos por razón de género, nacionalidad, raza, edad, origen étnico y orientación sexual. Las ofertas de trabajo, gracias a este software, se redactan en lenguaje inclusivo y las entrevistas se pueden realizar mediante avatares en el metaverso. La startup fue seleccionada en la segunda edición de Cellnex Bridge, el programa de la Fundación Cellnex en colaboración con la aceleradora AticcoLab y la consultora de innovación social Innuba.
La industria textil es la segunda más contaminante del planeta. Consume 93.000 millones de metros cúbicos de agua al año y es responsable de la contaminación del 20% del agua potable. Run to Wear nació en 2021 como una comunidad de intercambio de prendas dirigida al público femenino, pero ha abierto una nueva línea de negocio para ayudar a las marcas a ser más sostenibles y lograr la trazabilidad de sus productos, que será una obligación porque la Unión Europea les obligará a que se hagan cargo de sus residuos. Su CEO, Claudia Ojeda, procedente de la consultoría de negocio y de la gestión de marcas de moda y lujo, explica que también hacen consultoría para las empresas y “las propias marcas quieren saber qué puntuación tienen en materia de sostenibilidad y cómo mejorar”. Blockchain (NTT), chips (NFT), QR, pasaporte digital…el futuro del sector textil pasa por la tecnología y por la sostenibilidad, explica Ojeda, cuya iniciativa se centra hasta ahora en el sector del lujo y el lujo asequible.
Claudia Ojeda (CEO de Run To Wear), Marta Rodríguez (CEO de Blindstairs), Casilda Heraso (Directora de emprendedores de Ashoka), José Montcada (Managing Parter de Fondo Bolsa Social) y Quino Fernández (CEO de AticcoLab)
Vida más complicada, pero más feliz y plena
“La inversión de impacto no es para todo el mundo”, advierte José Montcada, Managing Partner de Fondo Bolsa Social, un fondo de inversión que apoya el crecimiento de empresas jóvenes que quieran generar un impacto social y medioambiental. “La pregunta es: ¿qué quieres hacer con tu dinero? ¿Quieres ganar dinero y contribuir a una sociedad más justa?”, explica este experto que desde 2015 ha cerrado rondas de financiación por valor de 35 millones de euros. La inversión de impacto, subraya, no es filantropía. Se necesita un buen plan de negocio y, sobre todo, dar visibilidad al impacto que se espera lograr en la sociedad o el medio ambiente. “Hemos visto más de 3.000 proyectos en los dos instrumentos de financiación que tenemos y hemos escogido sólo 50”. “Si le das visibilidad al impacto que esperas lograr en la sociedad o el medio ambiente ya tienes un check ganado”.” “La vida del inversor de impacto –asegura– es más complicada, pero más feliz y plena”.
El concepto de emprendimiento social fue acuñado por primera vez en 1980 por Bill Drayton, CEO y fundador de Ashoka, para hacer referencia a aquellas iniciativas innovadoras que tenían como objetivo generar un impacto social escalable siguiendo principios de emprendimiento (innovación, efectividad, pilotos a pequeña escala, etc). Casilda Heraso, directora de selección de emprendedores de Ashoka, explica ellos ayudan a emprendedores y ONG’s. “Ashoka no invierte dinero, pero damos el sello social a la iniciativa´”, relata. “En 40 años hemos aprendido como transformar sistemas, escalar el proyecto y buscar la financiación”, asegura. Dentro de unos años, añade, la inversión de impacto no se diferenciará de la inversión común porque en un futuro “cualquier empresa que no nazca con un objetivo social y ambiental no retendrá el talento de los jóvenes, que cada vez más buscan ser agentes del cambio”.
Todos ellos participaron en una mesa redonda bajo el título “¿Se puede emprender para crear impacto?, moderada por Quino Fernández, CEO de Attico Lab, colaboradora de la Fundación Cellnex en el programa Cellnex Bridge, que este año ha llegado a su tercera edición y que ha impulsado un ecosistema de innovación al que ya han accedido ya nueve proyectos de diferentes perfiles. Fernández resaltó que la mayoría de los proyectos seleccionados tenían un único fundador. “Cuesta encontrar esa alma gemela al que le brillen los ojos con tu proyecto”, según José Montcada.